sábado, 31 de enero de 2009
Súbete y déjame algo
Anoche invité a un grupo de amigos a subirse a mi vagón. Espero que no reparen mucho en los asientos desgastados por medio siglo y en los restos de basura que han dejado algunos de los que, en algún momento, lo visitaron. Creanme que siempre trato de limpiar todo lo que no me gusta pero hay manchas que no se quitan ni con el químico más potente. Tampoco se extrañen por los grafitis de sus paredes. Los que conservo son los que tienen un significado para mí, bueno o malo, pero que necesito estar viendo para no olvidar de dónde vengo. Preferiría que se enfocaran en el paisaje que se mira desde sus ventanas, en la gente que sube, deja algo o nada de sí y luego baja; o en aquella que decidió quedarse por un rato más, pintó de colores brillantes sus paredes y lo llenó de alegría. Me gustaría más que me ayudaran a descifrar los acertijos que alguien dejó escritos en los respaldares de los asientos y que aún no alcanzo a entender, que sacaran conmigo la cabeza por la ventana en los días de sol y que nos acurruquemos juntos en los de frío. En fin, quisiera que quienes suban a mi vagón me acompañen, un rato o toda una vida, que me muestren detalles del paisaje que no he advertido o bien, siembren en mí el anhelo de cambiar de rumbo nuevamente.
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